Retomando el comentario precedente, me gustaría
señalar que la expresión “Poética de la Educación ” tiene, a mi entender, la ventaja de
componerse con un campo de estudios ya existente, como es la “Filosofía de la Educación ”, la cual
existe ya en forma de disciplina en casi todos los institutos y facultades de educación.
En ese sentido, esta expresión “Poética de la educación” puede intervenir un
campo consolidado en nuestra tradición universitaria, multiplicándolo,
desplazándolo, haciéndolo producir nuevos efectos.
Si la “filosofía de la Educación ” se ocupa de
pensar filosóficamente los fenómenos educacionales, una “Poética de la Educación ” podría
entenderse como la tentativa de pensar poéticamente dichos fenómenos. ¿Pero qué
puede significar “pensar poéticamente” la educación?
Lo primero que habría que decir a ese respecto es
que la expresión “poética” o “poesía”, no debe ser tomada como sinónimo de
literatura. La literatura es un fenómeno relativamente reciente, que pertenece
exclusivamente a la tradición occidental y que, en la opinión de muchos
autores, sólo existe como tal a partir del siglo XVI, mientras que la poética
hunde sus raíces en un universo de sentido mucho más vasto. La poética pertenece
a un mundo en que el arte, tal como lo conocemos hoy en día, aún no existía; es
decir, pertenece a un mundo donde lo poético no era todavía concebido como una
esfera autónoma, estructurada por ideas como el buen gusto, la crítica
literaria o la estética de modo general, ni estaba regulado tampoco por instituciones
especializadas como el salón literario o el museo. Por eso, es importante hacer
un ejercicio filosófico en relación a este concepto para tornar audibles todos
aquellos sentidos que, en el transcurrir de la historia, han sido olvidados.
Nuestra cultura participa de una antigua
disputa cuyo resultado ha sido la división del lenguaje y el pensamiento en dos
esferas separadas que parecen irreconciliables: un lenguaje estático-inspirado
llamado poético y un lenguaje racional-consciente llamado filosofía. Esta
división está ya en el origen del pensamiento occidental al punto que, Platón,
podía considerarla una antigua enemistad. Por eso, no es extraño que tal
dicotomía atraviese también todo el ámbito de la educación, sus prácticas y conceptos.
Lo que resulta problemático en relación a esta
escisión es que nuestra experiencia de lo real acaba dividida por medio de una
palabra poética, que posee y goza del mundo sin conocerlo, y una palabra filosófica,
que conoce el mundo sin poder, sin embargo, conocer y gozar de él. Es decir,
nuestra palabra se desgarra entre un modo teorético de nombrar que, al
representar el mundo lo pone a distancia, lo pierde, lo echa a perder, y otra
que, pudiendo hacerse presente en el mundo, debe pagar el precio de no poder
dar cuenta de él. Una palabra que “presente” y se hace presente, pero no puede
explicar, y una que “representa” pero en ese representar el mundo como tal le
queda irremediablemente a distancia.
Si se propone la idea de una Poética de la Educación , sin tomar en
cuenta esta escisión de la palabra, se corre el riesgo de que el proyecto sea
interpretado como una forma de irracionalismo o de espontaneismo pedagógico,
dado que se asocia el término “poética” al polo afectivo, musical, extático, es
decir, al polo contrario a la racionalidad. En esos términos una Poética de la Educación seria lo
contrario de una Filosofía de la
Educación y una forma de renuncia al conocimiento racional.
Abolir esta dilaceración de la palabra fue el
gran proyecto del primer romanticismo: los jóvenes filósofos/poetas de la
escuela de Jena (Schlegel e Novalis entre otros) se dieron, entonces, la tarea
de desarrollar una Progresiva Poesía Universal que reuniera en sí la creación y
la crítica y fundiera en un mismo proyecto todos los géneros de la prosa y la
poesía. Esta Poesía Universal sería así una reflexión poética y una poesía
pensante, un modo de vivir, hablar, escribir y pensar, al mismo tiempo, teórico
e inspirado. Es de algún modo éste el proyecto que recoge Heidegger en su
trabajo Hölderlin y la esencia de la
poesía, cuando dice “No es la Poesía
simple y adventicio adorno de la realidad de verdad, ni transitoria exaltación
espiritual, entusiasmo o entretenimiento. La Poesía es el fundamento y soporte de la historia;
no una simple manifestación cultural, menos aún ‘expresión’ del ‘alma de una
cultura’. (…) La Poesía
no toma jamás al lenguaje cual si fuera material que está ahí para que se lo
trabaje; es, por el contrario, la
Poesía misma la que, por
sí misma, hace hacedero el lenguaje. Poesía es el lenguaje primogénito de un
Pueblo. Invirtiendo, pues, la consecuencia: la esencia de lenguaje ha de ser
comprendido mediante la esencia de la
Poesía ” (HEIDEGGER. Hölderlin y la esencia de la poesía.
Barcelona: Anthropos, 2000).
En este mismo sentido, cuando se habla de una
Poética de la Educación
no se estaría haciendo referencia a una manera más expresiva o entretenida de
habitar el campo educativo, sino a un modo diferente de comprender eso que
Fernando Barcena refería, en la entrada anterior de este Blog, como “hacer más
real lo real”, o “hacerse presente” en lo real. La poesía no es aquí ese tipo
de lenguaje imaginativo que se superpone a lo real, sino lo que permite estar
presente en el mundo, sin renunciar ni al goce ni al conocimiento. Esto implica,
como lo ha dicho Octavio Paz, “No un arte nuevo [yo diría, tampoco una nueva
teoría, sino]: un nuevo ritual, una fiesta, la invención de una forma de pasión [de experiencia] que será una
repartición del tiempo, el espacio y el lenguaje” (PAZ. La casa de la presencia: poesía e historia. En: Obras completas
vol. I. México: FCE, 2003).
Pensar poéticamente la educación implica sobre
todo, no renunciar a pensarla, pero también la necesidad de pensarla sobre otro
registro de la palabra.
Maximiliano Valerio López
"El mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación". Nietzsche.
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