martes, 2 de octubre de 2012

Sobre la dilaceración del lenguaje: alegría y conocimiento




Retomando el comentario precedente, me gustaría señalar que la expresión “Poética de la Educación” tiene, a mi entender, la ventaja de componerse con un campo de estudios ya existente, como es la  “Filosofía de la Educación”, la cual existe ya en forma de disciplina en casi todos los institutos y facultades de educación. En ese sentido, esta expresión “Poética de la educación” puede intervenir un campo consolidado en nuestra tradición universitaria, multiplicándolo, desplazándolo, haciéndolo producir nuevos efectos.

Si la “filosofía de la Educación” se ocupa de pensar filosóficamente los fenómenos educacionales, una “Poética de la Educación” podría entenderse como la tentativa de pensar poéticamente dichos fenómenos. ¿Pero qué puede significar “pensar poéticamente” la educación?

Lo primero que habría que decir a ese respecto es que la expresión “poética” o “poesía”, no debe ser tomada como sinónimo de literatura. La literatura es un fenómeno relativamente reciente, que pertenece exclusivamente a la tradición occidental y que, en la opinión de muchos autores, sólo existe como tal a partir del siglo XVI, mientras que la poética hunde sus raíces en un universo de sentido mucho más vasto. La poética pertenece a un mundo en que el arte, tal como lo conocemos hoy en día, aún no existía; es decir, pertenece a un mundo donde lo poético no era todavía concebido como una esfera autónoma, estructurada por ideas como el buen gusto, la crítica literaria o la estética de modo general, ni estaba regulado tampoco por instituciones especializadas como el salón literario o el museo. Por eso, es importante hacer un ejercicio filosófico en relación a este concepto para tornar audibles todos aquellos sentidos que, en el transcurrir de la historia, han sido olvidados. 

Nuestra cultura participa de una antigua disputa cuyo resultado ha sido la división del lenguaje y el pensamiento en dos esferas separadas que parecen irreconciliables: un lenguaje estático-inspirado llamado poético y un lenguaje racional-consciente llamado filosofía. Esta división está ya en el origen del pensamiento occidental al punto que, Platón, podía considerarla una antigua enemistad. Por eso, no es extraño que tal dicotomía atraviese también todo el ámbito de la educación, sus prácticas y conceptos.

Lo que resulta problemático en relación a esta escisión es que nuestra experiencia de lo real acaba dividida por medio de una palabra poética, que posee y goza del mundo sin conocerlo, y una palabra filosófica, que conoce el mundo sin poder, sin embargo, conocer y gozar de él. Es decir, nuestra palabra se desgarra entre un modo teorético de nombrar que, al representar el mundo lo pone a distancia, lo pierde, lo echa a perder, y otra que, pudiendo hacerse presente en el mundo, debe pagar el precio de no poder dar cuenta de él. Una palabra que “presente” y se hace presente, pero no puede explicar, y una que “representa” pero en ese representar el mundo como tal le queda irremediablemente a distancia.

Si se propone la idea de una Poética de la Educación, sin tomar en cuenta esta escisión de la palabra, se corre el riesgo de que el proyecto sea interpretado como una forma de irracionalismo o de espontaneismo pedagógico, dado que se asocia el término “poética” al polo afectivo, musical, extático, es decir, al polo contrario a la racionalidad. En esos términos una Poética de la Educación seria lo contrario de una Filosofía de la Educación y una forma de renuncia al conocimiento racional.

Abolir esta dilaceración de la palabra fue el gran proyecto del primer romanticismo: los jóvenes filósofos/poetas de la escuela de Jena (Schlegel e Novalis entre otros) se dieron, entonces, la tarea de desarrollar una Progresiva Poesía Universal que reuniera en sí la creación y la crítica y fundiera en un mismo proyecto todos los géneros de la prosa y la poesía. Esta Poesía Universal sería así una reflexión poética y una poesía pensante, un modo de vivir, hablar, escribir y pensar, al mismo tiempo, teórico e inspirado. Es de algún modo éste el proyecto que recoge Heidegger en su trabajo Hölderlin y la esencia de la poesía, cuando dice “No es la Poesía simple y adventicio adorno de la realidad de verdad, ni transitoria exaltación espiritual, entusiasmo o entretenimiento. La Poesía es el fundamento y soporte de la historia; no una simple manifestación cultural, menos aún ‘expresión’ del ‘alma de una cultura’. (…) La Poesía no toma jamás al lenguaje cual si fuera material que está ahí para que se lo trabaje; es, por el contrario, la Poesía misma la que,  por sí misma, hace hacedero el lenguaje. Poesía es el lenguaje primogénito de un Pueblo. Invirtiendo, pues, la consecuencia: la esencia de lenguaje ha de ser comprendido mediante la esencia de la Poesía” (HEIDEGGER. Hölderlin y la esencia de la poesía. Barcelona: Anthropos, 2000).

En este mismo sentido, cuando se habla de una Poética de la Educación no se estaría haciendo referencia a una manera más expresiva o entretenida de habitar el campo educativo, sino a un modo diferente de comprender eso que Fernando Barcena refería, en la entrada anterior de este Blog, como “hacer más real lo real”, o “hacerse presente” en lo real. La poesía no es aquí ese tipo de lenguaje imaginativo que se superpone a lo real, sino lo que permite estar presente en el mundo, sin renunciar ni al goce ni al conocimiento. Esto implica, como lo ha dicho Octavio Paz, “No un arte nuevo [yo diría, tampoco una nueva teoría, sino]: un nuevo ritual, una fiesta, la invención de una forma de pasión [de experiencia] que será una repartición del tiempo, el espacio y el lenguaje” (PAZ. La casa de la presencia: poesía e historia. En: Obras completas vol. I. México: FCE, 2003). 

Pensar poéticamente la educación implica sobre todo, no renunciar a pensarla, pero también la necesidad de pensarla sobre otro registro de la palabra. 

Maximiliano Valerio López

1 comentario:

  1. "El mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación". Nietzsche.

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