Con el deseo de intentar profundizar, y quizá así aclararnos un poco todos,
en la noción de lo poético, o en lo que podría querer decir -contener, ocultar,
esconder- la expresión «poética de la educación», Jason nos planteó un día la
siguiente cuestión:«Não
tenho certeza que uma “poética da educação” é a mesma coisa de uma
poética na educação. Talvez o ênfases na da o na seria importante? Talvez
e fácil resolver essa dúvida dizendo que uma poética da educação pré-suponha
que essa coisa que vamos chamar “poética” pode acontecer na educação? Mas essa
pressuposta implicaria uma coisa que eu gostaria explorar com vocês. Se uma
poética da educação ontologicamente demanda uma possibilidade de um
acontecimento da poética, qual seria o espaço e tempo necessário para essa
acontecimento acontecer?»
Me
voy a atrever, con esta primera nota, a sumergirme en esta inquietud que nos
propone Jason, y para ello voy a poner el acento en dos cosas: primero, en la
cuestión del tiempo; y, segundo, en cierta distinción entre las preposiciones
«de» y «en». Creo que lo poético
alude a una modalidad de relación con el tiempo y a una cierta clase de
relación com el lenguaje.1. La
cuestión del tiempo. Lo primero que se me ocurre decir es que, por referirlo
ahora al campo educativo, el tiempo hoy, en nuestra contemporaneidad, es una
temporalidad cronométrica: es el tiempo de Cronos, por decirlo de
algún modo. Un tiempo medido y, por tanto, pretendidamente anticipado en su
devenir: el énfasis que hoy se pone, por ejemplo, en la cuestión del aprender,
en las competencias o abilities creo que va en esa dirección. No es
un tiempo que goce de la libertad y la apertura de lo flexible e in-medible, de
lo abierto, de lo no-anticipable en su decurso, y en este sentido, azaroso; o
dicho de otro modo: ese tiempo moderno no es el tiempo oportuno que busca
captar la singularidad única
de una experiencia.
La experiencia (una experiencia cualquiera, como la que se
da en una relación de aprendizaje,
por ejemplo) se puede querer conocer de modo científico-analítico, para fijar
en ella lo que se ofrece en ella de repetible; o de modo que busquemos captar
su particular unicidad, su compleja síntesis, su absoluta singularidad. Creo
que lo que a una poética (por ejemplo en la poesía) le interesa es lo que la
experiencia tiene de único, es decir, su carácter no-legislable, lo que esa
experiencia tiene de fugaz e irrepetible. Aquí, el tiempo tiene otra dimensión:
la dimensión de lo que no se puede medir, ni planificar, ni anticipar, ni legislar.
Quizá por eso, lo poético tiene una particular relación con lo
real: porque abre la escala, la densidad,
de lo real.
Quiebra lo convencional: hace que la realidad sea más real, agrega
realidad a la
realidad, como dice Roberto Juarroz en Poesía
y realidad.
En el Teeteto,
Sócrates advierte a su interlocutor, Teodoro, que de seguir la senda que el
diálogo ha abierto, éste les llevaría muy lejos, o sea, que les «tomaría
mucho tiempo». Y Teodoro pregunta: «¿Es que no tenemos tiempo libre, Sócrates?»
(172c). A partir de ahí se inicia una discusión sobre el tiempo de los «hombres
libres» y el «tiempo esclavo». Esta discusión ha sido
retomada recientemente por el filósofo español José Luis Pardo en la «Quinta
aporía del aprender, o de la duración de los estudios» (pp. 11 y ss.), en su
libro La regla del juego.
Lo que dice Pardo es: «A esos hombres libres nadie puede medirles o contarles
el tiempo (¿cuánto se tarda en hacer una deducción o en demostrar un teorema?).
Su tiempo no es cronométrico ni puede ser cronometrado, es siempre elástico y
flexible como lo es 'un rato' […] Los hombres libres son quienes siempre tienen
un rato» (p. 113). Esta palabra «rato» se puede traducir, por ejemplo, como:
disponer de «un momento», de «un instante», un tiempo que, más que poder
medirse mediante un cronómetro, dispone de una cierta
elasticidad, flexibilidad y libertad intrínseca.
Creo que es el tiempo, el
momento, el instante donde, de darse, surge lo poético como una aparición
(epifanía) libre de toda condición previamente establecida y de toda medida.2.
La cuestión proposicional. Mi segundo apunte se refiere al asunto
proposicional. Son dos preposiciones muy distintas «de» y «en». «De» puede
indicar finalidad,
en el sentido de un sinónimo de «para» (para qué sirve o con qué finalidad,
etc), que indicaría, también, dirección; puede denotar origen, en
el sentido de «de dónde provienen las cosas»(mármol de Carrara); o, finalmente, materia o
asunto de que se trata. Según esto, tendríamos, en la expresión «poética de la
educación», tres posibilidades: a) poética de (finalidad/para) la educación: o
pensar lo poético (por ejemplo como lenguaje o como discurso) como algo
«educativo» o que se establece con cierta finalidad de ese orden pedagógico; b)
poética de (origen) la educación: o cómo o de qué manera, lo poético es, en su
origen, en un cierto comienzo, algo que tiene que ver con cierta gestualidad educativa
(formador, transformador, etc); y c)
poética de (materia o asunto de que se trata): cierta poética que trata de un
asunto educativo, de cierta cuestión, problema educativo, en algún sentido de
esta expresión.No
sé si este tipo de distinciones conducen a algo. Necesitamos profundizar a
nivel de lenguaje más sobre estas distinciones, buscar más matices (Los que
mejor se relacionan con la lengua y las palabras, adelante con ello, si os
parece).
Pero me
pregunto: ¿Por qué una poética en (na) educación? ¿Qué añade esta fórmula a lo
anterior? Creo que aquí lo poético no es ni finalidad, ni materia o asunto a
tratar, ni lugar de donde provienen las cosas. Aquí lo poético es la trama
misma, la estructura, por así decir, el transversal de lo que entendemos por
educación. En este punto siempre me topo
con lo mismo, a saber: si educación es salida al exterior (educere),
lo que empuja hacia fuera, lo que aparece, y lo que, por tanto, se torna
visible, porque, al exponerse, emerge, entonces una poética «en» la
educación quizá sería ese modo de pensarla que hace (y con qué suerte de
gestualidad) que alguien aparezca a la realidad de sí mismo, que habite ese
salir hacia fuera.
El sujeto que enseña (o aprende, y no siempre se aprende; no
se aprende a voluntad) es el que sale, el se presenta y habita la experiencia
de ese paso o pasaje, de ese trayecto, de esa experiencia (en el enseñar o en
el aprender), cuando las relaciones que establece con el asunto de que se trate
no pueden contar ya ni con modelos, ni con principios, ni con reglas a las que
uno no tenga más que ajustarse o aplicar. Cuando la relación, en un espacio y
en un tiempo determinados, con lo que quiera que sea, es una invención, una
creación, un hacer o
forzar que aparezca, o que se
torne visible, lo que antes no era; ese paso del no-ser al ser del
que se habla enel Banquete.
Sigo aquí, claro, un poco a Agamben (El
hombre sin contenido); entiendo por
poética, derivada de la palabra poíesis,
como «producción
hacia la presencia»: llevar algo (o
a alguien) hacia su propia presencia, hacia su máxima visibilidad. En su novela Chagrin
d'école Pennac dice muchas
veces que lo chicos a los que enseña literatura no saben utilizarse a sí
mismos. Y Fritz Zorn, en Bajo
el signo de Marte, cuando toma
conciencia de que la educación (burguesa) que ha recibido es una clase
de educación a muerte, dice que había aprendido a utilizar lo que le
habían enseñado, pero nada más. ¿Mera coincidencia? No sé. Me pregunto si eso
que buscamos pensar (lo poético en la educación) no es sino un modo de pensar
la educación como ese tipo de experiencia que, o bien hace que la gente aprenda
a utilizarse a sí misma, hacerse presente y visible en lo que están, o
bien.....ignoro la respuesta, lo que sigue aquí....
Fernando Bárcena
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